domingo, 20 de maio de 2018

HOMENAJE AL CICLISTA QUE BURLÓ A LOS NACIS.

Antes de que se iniciase el Giro de Italia 2018 en Jerusalén.  Israel concedía la ciudadanía honorífica al legendario Gino Bartali por salvar a centenares de judíos en la Italia fascista y aliada del nazismo en los años 40.
Los rivales de Gino Bartali no eran los otros ciclistas, los enemigos de Bartali era el mal de los fascistas, por eso arriesgando su vida para salvar muchas otras decidió actuar a través de una red secreta organizada por la Iglesia católica. Hoy, él estaría muy orgulloso de recibir este honor aunque no lo hubiera difundido como tampoco reveló nada de lo que hizo durante la guerra. Como decía, “es bueno hacer, pero hacerlo en silencio".
Avner Shalev, director del Museo del Holocausto, al entregar la ciudadanía honorífica a Gioia Bartali, nieta de Bartali, dijo del mítico deportista italiano. "Dios nos dio la oportunidad de decidir entre el bien y el mal y Bartali optó por hacer el bien pese a los peligros del mal”.
Gino Bartali fue un ser extraordinario que actuó en contraste con la opinión generalizada en la Italia de entonces.
Rendirle culto a Gino Bartali no sólo significa un justo homenaje a alguien que puso en riesgo su propia vida para conseguir el bien de los demás, sino también al ciclista italiano más grande desde los años 30 a los 50.
Si uno todavía no ha entrado en el culto a Gino Bartali tiene que saber que nunca dejó de ser un hombre de profundas convicciones cristianas y una fuerte dedicación, heredada de una familia de agricultores, un hombre de su tiempo que le tocó vivir en la Italia subdesarrollada a la que se dirigía el fascismo.
Aunque, puestos a los lugares comunes, nadie como Bartali y Coppi representaron mejor a las dos Italias de la posguerra. La de Bartali, al que el papa Pío XII puso como ejemplo a sus fieles desde el balcón de San Pedro, era la Italia del Partido Democristiano, recto y conservador; la de Coppi, que tomó las armas con los antifascistas en el Norte de África, la del Partido Comunista, idealista y proletario. Tanto es así que en 1948, cuando el líder comunista Palmiro Togliatti fue tiroteado cuando salía del Parlamento y ante el desorden generalizado en todo el país, el presidente del Consejo de Ministros, Alcide De Gasperi, llamó a Bartali para que diera un golpe de efecto en el Tour de Francia que calmara los ánimos en Italia.
El campeón italiano llevaba perdidos 21 minutos con el francés Louison Bobet, pero no sólo ganó la etapa aquel día, sino también las dos siguientes en los Alpes. Bartali llegó a los Campos Elíseos con 26 minutos de ventaja sobre el segundo clasificado, una diferencia nunca más superada. Quien fuera después primer ministro, Giulio Andreotti, subrayó más tarde que, si su país no se libró entonces de una guerra civil por el triunfo de Bartali, poco le faltó.
Gino Bartali murió en el año 2000 sin que nadie supiese su verdadera historia, la del corredor grandioso que dedicó dos años de su existencia a salvar la vida de ochocientos judíos. Para ello se valió de su bicicleta donde escondía la documentación necesaria para sacarlos de Italia. Y así, bajo la apariencia de simples entrenamientos por las escarpadas carreteras de la región, al tiempo que maduraron las piernas que rivalizarían con las de Fausto Coppi en el duelo que dividió Italia años después,  llevaba los papeles de un lado a otro.
Nadie sospechaba en aquel momento de uno de los grandes mitos del deporte italiano, del hombre que había conseguido darle a Mussolini el Tour de Francia en 1938.
Casi sesenta años escondiendo ese secreto que se fue a la tumba con él y sólo un descubrimiento casual permitió conocer la dimensión humana que uno de los grandes ciclistas del siglo XX alcanzó durante la II Guerra Mundial.
 Un secreto que el mundo descubrió su magnitud en 2003 cuando los hijos de Giorgio Nissim encontraron un viejo diario de su padre en el que detallaba la forma en que funcionó la red clandestina dedicada a conseguir documentos que salvasen la vida de los judíos.
800 judíos evitaron el viaje a algún campo de concentración de los alemanes gracias a las piernas de Gino Bartali.
A este héroe que puso en peligro su carrera y su vida por una causa que creía justa, todavía le  quedan esos beatos y fieles que acuden a honrar al último corredor de los de antes. A un ciclista que tiene en casa un santuario bien modesto, y amenazado de cierre, de olvido, arrastrando una leyenda que trasciende el deporte.
El cuerpo de un hombre puede morir, pero su memoria a veces es eterna...  De existir más Bartali(s), en este mundo todo sería más fácil.

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