Antes de que se iniciase el
Giro de Italia 2018 en Jerusalén. Israel
concedía la ciudadanía honorífica al legendario Gino Bartali por salvar a
centenares de judíos en la Italia fascista y aliada del nazismo en los años 40.
Los rivales de Gino
Bartali no eran los otros ciclistas, los enemigos de Bartali era el mal de los
fascistas, por eso arriesgando su vida para salvar muchas otras decidió actuar
a través de una red secreta organizada por la Iglesia católica. Hoy, él estaría
muy orgulloso de recibir este honor aunque no lo hubiera difundido como tampoco
reveló nada de lo que hizo durante la guerra. Como decía, “es bueno hacer, pero
hacerlo en silencio".
Avner Shalev, director del
Museo del Holocausto, al entregar la ciudadanía honorífica a Gioia Bartali,
nieta de Bartali, dijo del mítico deportista italiano. "Dios nos dio la oportunidad de decidir entre
el bien y el mal y Bartali optó por hacer el bien pese a los
peligros del mal”.
Gino Bartali fue un ser
extraordinario que actuó en contraste con la opinión generalizada en la Italia
de entonces.
Rendirle culto a Gino
Bartali no sólo significa un justo homenaje a alguien que puso en riesgo su
propia vida para conseguir el bien de los demás, sino también al ciclista
italiano más grande desde los años 30 a los 50.
Si uno todavía no ha
entrado en el culto a Gino Bartali tiene que saber que nunca dejó de ser un
hombre de profundas convicciones cristianas y una fuerte dedicación, heredada
de una familia de agricultores, un hombre de su tiempo que le tocó vivir en la
Italia subdesarrollada a la que se dirigía el fascismo.
Aunque, puestos a los
lugares comunes, nadie como Bartali y Coppi representaron mejor a las dos Italias
de la posguerra. La de Bartali, al que el papa Pío XII puso como ejemplo a sus fieles desde el balcón de San
Pedro, era la Italia del Partido Democristiano, recto y conservador; la
de Coppi, que tomó las armas con los antifascistas en el Norte de África, la
del Partido Comunista, idealista y proletario. Tanto es así que en 1948, cuando
el líder comunista Palmiro Togliatti fue tiroteado cuando salía del Parlamento
y ante el desorden generalizado en todo el país, el presidente del Consejo de
Ministros, Alcide De Gasperi, llamó a Bartali para que diera un golpe de efecto
en el Tour de Francia que calmara los ánimos en Italia.
El campeón italiano
llevaba perdidos 21 minutos con el francés Louison Bobet, pero no sólo ganó la
etapa aquel día, sino también las dos siguientes en los Alpes. Bartali llegó a los Campos Elíseos con 26
minutos de ventaja sobre el segundo clasificado, una diferencia nunca más
superada. Quien fuera después primer ministro, Giulio Andreotti, subrayó
más tarde que, si su país no se libró entonces de una guerra civil por el
triunfo de Bartali, poco le faltó.
Gino
Bartali murió en el año 2000 sin que nadie supiese su verdadera historia, la
del corredor grandioso que dedicó dos años de su existencia a salvar la vida de
ochocientos judíos. Para ello se valió de su bicicleta donde escondía la
documentación necesaria para sacarlos de Italia. Y así, bajo la apariencia de
simples entrenamientos por las escarpadas carreteras de la región, al tiempo
que maduraron las piernas que rivalizarían con las de Fausto Coppi en el duelo
que dividió Italia años después, llevaba
los papeles de un lado a otro.
Nadie
sospechaba en aquel momento de uno de los grandes mitos del deporte italiano,
del hombre que había conseguido darle a Mussolini el Tour de Francia en 1938.
Casi
sesenta años escondiendo ese secreto que se fue a la tumba con él y sólo un
descubrimiento casual permitió conocer la dimensión humana que uno de los
grandes ciclistas del siglo XX alcanzó durante la II Guerra Mundial.
Un
secreto que el mundo descubrió su magnitud en 2003 cuando los hijos de Giorgio
Nissim encontraron un viejo diario de su padre en el que detallaba la forma en
que funcionó la red clandestina dedicada a conseguir documentos que salvasen la
vida de los judíos.
800
judíos evitaron el viaje a algún campo de concentración de los alemanes gracias
a las piernas de Gino Bartali.
A
este héroe que puso en peligro su carrera y su vida por una causa que creía
justa, todavía le quedan esos beatos y fieles que acuden a
honrar al último corredor de los de antes. A un ciclista que tiene en casa un
santuario bien modesto, y amenazado de cierre, de olvido, arrastrando una
leyenda que trasciende el deporte.
El cuerpo de un hombre puede morir, pero su memoria a veces es eterna... De existir más Bartali(s), en este mundo todo
sería más fácil.
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