domingo, 10 de xuño de 2018

VINI, VIDI, VINCI.

Chris Froome VINO al Giro de Italia con una preparación corta y bajo sospecha por el positivo de salbutamol en la Vuelta a España 2017 y por la paquidérmica burocracia de una Unión Ciclista Internacional (UCI), incapaz de agilizar la resolución de un expediente que avergüenza a todo el ciclismo. Los organizadores del Giro de Italia reclamaron, sin éxito, que este conflicto se solucionara antes de la salida en Israel de la primera etapa.
Chris Froome después de VER el recorrido de la edición de este año, preparo el principio de temporada realizando entrenamientos de calidad en altura, examinando impresionantes ascensiones, como la del Zoncolan y con resultados vulgares en los 17 días de competición.
Tras ver lo que los organizadores habían preparado para esta edición, decidió participar con el objetivo de VENCER, por eso el africano blanco afirmaba sentirse motivado en su objetivo de estrenar su palmarés en el Giro.
Siguiendo los pasos de Julio Cesar  en la batalla de Zela, Chris Froome también vino, vio y venció,  dando un paso de gigante para incluirse en el Olimpo del ciclismo. Ya se puede decir que es el mayor vueltómano del siglo XXI sumándose al selecto grupo de los que han vencido en las tres grandes y es el único junto a Eddy Merckx y Bernard Hinault en triunfar en las tres grandes vueltas consecutivas.
Hasta la 14ª etapa, el Giro estaba siendo esquivo, lo mismo que el relevo generacional que piden paso ya y lo tratan de tu a tu, sin miedos y sin complejos.
Pero el Guepardo africano, rodaba agazapado a la espera de las descarnadas cuestas del Zoncolan para empezar a dar esas dentelladas de orgullo y poder devolver el lustre a ese molinillo con el que lleva un lustro triturando rivales sin piedad.
El Zoncolan es la coctelera del CICLISMO en mayúsculas donde se  mezclan todos los ingredientes necesarios para elaborar un coctel monumental al ciclismo, un etapón que seguramente recordaremos durante años y que dejó como principales titulares la resurrección de CHRIS FROOME (ya se verá si pasajera o definitiva) y la consolidación de Simón Yates como el hombre hasta ese momento más fuerte de la carrera. Ese último kilómetro de persecución sin descanso, cargando de ilusión cada pedalada del joven al veterano compatriota por los túneles del tramo definitivo del gran coloso, guardan ya un sitio de honor en la historia reciente del Giro. Honor a ambos y a los que llegaron por detrás, todos demacrados tras un esfuerzo titánico, casi sobrehumano.
En ese grupo de perseguidores también estaba la sangre gélida de un Tom Dumoulin, impasible ante los acelerones del resto, trepando siempre a su ritmo sin permitirse un solo calentó y controlando una desventaja que le permitiera apropiarse de la 'maglia rosa' en la contrarreloj que faltaba.
Claro que una cosa es intentarlo y otra muy distinta lograrlo. Nadie le ha regalado al Zoncolan el calificativo de puerto más duro de Europa. Sus 10,5 kilómetros con una pendiente media del 12% y rampas máximas del 22% son una tortura hasta para los más fuertes. La persecución fue preciosa, una oda al ciclismo, pero también un ejercicio de impotencia para Yates, sediento de gloria, ansioso al final por sumar su tercera victoria de etapa. No logró atrapar a Froome y aunque sí consiguió meterle tiempo a Dumoulin (30 segundos), era consciente de que no había hecho todavía ni la mitad del trabajo.
Toda la épica se condensó en la celebración de Froome al ser consciente de que Yates ya no iba a superarle. Exultante sobre la bicicleta, como si fuera la primera vez en su vida que ganaba, emocionado y feliz después, casi al borde, las lágrimas de felicidad. Humano en la victoria como lo había sido en el fracaso durante los 13 días anteriores de este Giro, desbordado por las emociones tras tanta adversidad tras su positivo por salbutamol en la última Vuelta y esa sospecha que ya jamás se quitará de encima.

Froome con esta victoria alcanzaba el primer peldaño de la escalera que le llevaría a la cima del podio frente al Coliseo Romano.

Llegaba la 19ª etapa y Chris Froome soñaba seguir los pasos del emperador Julio Cesar en la batalla de Zela, pero era consciente que para estar en lo más alto del podio vestido de rosa y levantar el trofeo en Roma había que vencer a todos los gladiadores.

Esta etapa fue la clave del éxito. El Sky dinamito la carrera en el inicio del Finestre para organizar el posterior ataque de Froome. Un demarraje clásico, un homenaje al ciclismo de antaño. 80 kilómetros por delante  del 'robot autómata' que siempre se guía por los watios de su corazón. Un hito que sobrepasara los muros del tiempo y formará parte de la historia del ciclismo, puesto que el emperador del Sky logró aventajar a todos sus rivales y alzar los brazos para vestirse de rosa en Jafferau. 
El 'sterrato' de la Cima Coppi, era terreno de culto sagrado del ciclismo mundial. Nada de lo que había ocurrido en las 18ª etapas anteriores conservaba su vigencia. El botín de tres semanas de agónico sufrimiento se escurrió como arena entre los dedos. Quedaba un día en el que, al fin, el anticipado mano a mano entre Chris Froome y Tom Dumoulin ya no cobraría el protagonismo esperado. Líder el británico, tras una jornada memorable, con 40 segundos de renta sobre el holandés, todo quedaba al albur del dictado de las laderas del Tsecure, el Saint Pantaléon y el definitivo Cervinia, tumba para uno y paraíso para el otro. 
El hasta ahora 'maglia rosa' Simón Yate ya no jugaría la última partida, absorbido por su propia agonía en esa Colle delle Finestre que adopta el nombre de Cima Coppi. Las malas sensaciones que mostró el día anterior en Prato Nevoso se convirtieron en una tortura insoportable. Pocos desfallecimientos semejantes se recuerdan de alguien que había dominado una carrera como lo había hecho él. Pero el combustible se le agotó antes de tiempo, entregando la cuchara a más de 80 kilómetros, derrotado por los acontecimientos y la estrategia del mejor Froome de siempre.
El adalid del ciclismo más científico, ese que consagra los datos extraídos del túnel de viento y no conoce más fe que la del potenciómetro, demostró que pesa más su orgullo de campeón que el método extraído del laboratorio del Sky, Froome en la 19ª etapa eligió  el ciclismo de siempre, el de la épica más descarnada. El de las misiones imposibles que se convierten en realidad, una materia más habitual de contemporáneos como Vincenzo Nibali y Alberto Contador, una forma de correr desconocida hasta ahora para el tetracampeón del Tour. La maquinaria de Dave Brailsford trabajó a pleno rendimiento hasta rendir a Yates y después Froome se despidió del mundo, con un ataque a 80 kilómetros de meta que nadie iba a ser capaz de neutralizar.
Por detrás de él, Dumoulin tiraba de sangre fría para avanzar con su ritmo constante y pesado. Sólo encontraba a ratos la ayuda de Reichenbach, gregario de Pinot que conectó en el descenso. Descolgado también Pozzovivo, a Dumoulin sólo le acompañaban Carapaz y Miguel Ángel López, pero ninguno iba a prestarle su rueda, conscientes ambos de que el único que tenía algo que defender frente a Froome era el holandés.
Mientras Dumoulin tiraba como un mulo, por delante avanzaba el guepardo africano, sin más compañía que su insaciable ambición. El emperador del Sky podría haber arrojado la toalla tras una primera mitad de Giro para el olvido. Nada tenía que demostrar, ni reproche posible, pero sí mucho que perder, con su quinto Tour en el horizonte a la espera del 'caso salbutamol'. Pero Froome no se rindió y tampoco se conformó con alcanzar el podio. Si tenía una opción de ganar, la iba a aprovechar al máximo, y eso es lo que hizo.
La diferencia crecía entre todos los grupos mientras se superaba el Sestriere. Yates, que ya perdía más de 20 minutos, era historia de este Giro. Todo se concentraba en Dumoulin y Froome, en esos 2 minutos y 58 segundos que el holandés conservaba a su favor. A pie del Jafferau, la última ascensión de tan histórica jornada, Froome gozaba de una ventaja de 3:21. En la cima, sumando las bonificaciones, fue finalmente de 3:23, con Dumoulin acusando el esfuerzo de la etapa. La inmensidad fue para Froome. El Giro, con una diferencia a favor del británico de 40 segundos ya seria insalvable.
La victoria con suspense hasta que no se resuelva el conflicto generado por el positivo por salbutamol, llevo a esa  mueca de estupor de Mauro Vegni en la ceremonia de entrega de la 'maglia rosa' a Chris Froome. El director del Giro teme una incómoda repetición de acontecimientos. Una maldita mancha en una fenomenal carrera que no se merece una posible corrección de resultados. El triunfo del británico, debido a la lenta y compleja maquinaria administrativa de la Unión Ciclista Internacional UCI, puede convertirse en una nefasta noticia para la imagen de la ronda italiana.
Si condenan a Chris Froome, el escándalo será monumental al erosionar no sólo la credibilidad del número uno del ránking, sino también a todo el ciclismo. 

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