Javier Guillén y su equipo han logrado lo que un día se
propusieron: que el modelo rompedor que acuñaron para la Vuelta a España con ese
ciclismo que tanto han criticado los más puristas acabara calando y
convirtiéndose en una norma que, con sus matices, han adoptado otras muchas
carreras.
Conseguido ese reto, no quedaba más remedio que darle otra
vuelta de tuerca y diseñar un recorrido que siguiese el camino iniciado en
2017.
Una vuelta de tuerca que, en caso de la Vuelta a España, ya
no puede ser hacia la derecha porque correría el riesgo de pasarse de rosca, por
lo que en Unipublic han apostado, para la edición de 2019 girar a la izquierda
y regresar a un recorrido más tradicional.
El recorrido de la 74ª edición de la Vuelta a España, que ha
sido presentada el pasado miércoles 19 de diciembre en el Auditorio de la
Diputación de Alicante destaca, sobre todo, por la práctica desaparición de lo
que ha sido la era Guillén para abrazar un modelo más clásico en el que,
ausentes por motivos obvios los grandes puertos alpinos, se ha buscado aumentar
el kilometraje medio de las etapas y se ha apostado por favorecer un ciclismo
de gran fondo y eliminación en detrimento de la explosividad.
Prueba palpable de este cambio de actitud lo encontramos
ya en el segundo día de competición. Tras la crono por equipos de 18 kilómetros
con la que arranca desde Torrevieja, la Vuelta ha huido de la enorme tentación
que supone tener a tiro de piedra la Cumbres del Sol y ha optado por un
precioso trazado que unirá Benidorm con Calpe a través del Puerto de Confrides
(2ª categoría), el Alto de Benilloba (3ª) y el Puig de Llorença (2ª), todo ello
sobre 193 kilómetros por el interior de la provincia de Alicante donde el llano
no es más que una ilusión.
Esto será sólo el aperitivo de una primera semana que
culminará en Andorra. La carrera saldrá de Alicante con una etapa, la tercera,
entre Ibi y la capital homónima de la provincia que, al menos en teoría,
debería de ser una buena ocasión para sprinters, pero la presencia de dos
terceras y la golosa bajada final desde Tibi podría dar alas a los más
valientes.
La Vuelta pondrá rumbo a su primer final en alto con una
etapa que, con la canícula todavía apretando en agosto, podría hacerse muy dura
por el calor y la humedad del Mediterráneo. De Cullera a El Puig por 177
kilómetros relativamente cómodos antes de, buscar ese final inédito en el
Observatorio Astrofísico de Javalambre. Serán sólo 165 kilómetros y, es verdad,
ese primera con el que terminará la 5ª etapa hace pensar en modelos anteriores,
pero la presencia del Puerto de Alcubias de salida y un recorrido pestosísimo
de camino a la estación de esquí turolense anticipan lo que, más adelante, se
convierte en un nuevo paradigma para la Vuelta.
El final de la primera semana será accidentado y duro, pues
la sesta etapa será el segundo día con final en alto, esta vez será un puerto
de tercera en Ares del Maestrat (Castellón). Con los puertos de Nogueruelas y
Linares, ambos de tercera, al principio de la etapa, la dupla final de La Culla
y Ares llega después de 196 kilómetros y, lo que es más importante, una
sucesión de etapas en la que, en realidad, sólo la de El Puig puede
considerarse de relativo descanso.
Sin salir de Castellón, la Vuelta llega al durísimo Mas de la
Costa, un reducto de ese ciclismo de muros verticales que tanto ha gustado a la
Vuelta, pero que esta año llega tras 182 kilómetros y cuatro puertos previos,
bastante más atractivo para los puristas.
Tras un breve y casi anecdótico paso por la República de
Catalunya, con una etapa entre Valls e Igualada de relativo descanso, llegará
la traca final de esta primera semana con la llegada a Andorra. Aquí, es
verdad, la Vuelta vuelve apostar por un kilometraje de sólo 96 kilómetros pero
con cinco puertos. Una etapa terrible en lo que a ascensos y descensos se
refiere que estará marcada por la aparición de ese tramo de unos cuatro
kilómetros de tierra que conectará los puertos de Engolasters y Cortals
d’en Camp, final de etapa.
La Vuelta a España pernoctará en su primer día de descanso en
las proximidades de Pau (Francia), donde arrancará la segunda semana de
competición con la (única) contrarreloj individual de la carrera. La salida se
dará en Jurançon y la llegada en Pau, serán los 36 kilómetros que los
especialistas tendrán para tratar de igualar las cosas respecto a los
escaladores, que tras una primera semana de terreno más o menos favorable para
ellos afrontan una segunda semana de carrera en la que deberán encontrar la
cuadratura del círculo: recuperar fuerzas para lo que está por venir y
aprovechar las oportunidades que se les presenten.
El miércoles 4 de septiembre de 2019 la carrera volverá a
España para visitar en competición Urdax, la serpiente multicolor le debe una
disculpa a la región navarra tras el bochornoso, vergonzante, ridículo e
irrespetuoso esperpento protagonizado en 2016. Un recorrido, de nuevo, quebrado
y apto para las escapadas que a estas alturas, con las diferencias en la
general ya asentadas, podrían recibir el visto bueno de un pelotón todavía en
modo de recuperación.
Lo mismo podría decirse de la etapa que llevará a esta
serpiente multicolor de la ronda española desde el Circuito de Los Arcos hasta
Bilbao. La llegada a la capital vizcaína, con tres terceras en apenas 30
kilómetros, podría dar lugar a movimientos interesantes, pero es poco probable
que los hombres de la general arriesguen para sacar provecho que, en cualquier
caso, sería un premio menor comparado con lo que sí podrían conseguir en otros
terrenos por venir.
Terrenos como, por ejemplo, el Alto de los Machucos y su
monumento a la Vaca pasiega que tan bien sabe vender el Sr. Revilla. Esta cima
de Cantabria regresa a la Vuelta dos años después y lo hace como colofón a una
etapa de poco menos de 170 kilómetros y seis puertos. Un aperitivo antes de
afrontar un fin de semana que se alargará hasta el lunes, desplazando, el
segundo día de descanso al martes día 10 de septiembre.
Tras un sábado algo anodino con el enlace entre San Vicente
de la Barquera y Oviedo, el domingo traerá la llegada al Santuario del Acebo,
un puerto muy conocido para el pelotón de la Vuelta a Asturias que, por fin,
hace su debut en la Vuelta a España. El primer asalto a la montaña asturiana
volverá a contar con un kilometraje corto, de apenas 160 kilómetros, pero con
un trazado (tres puertos previos) que no presenta ni una sola zona de descanso
para los ciclistas, algo que se repite, con sólo 155 kilómetros, el lunes con
la etapa entre Pravia y el Alto de La Cubilla, también inédito para la ronda
española y que se estrena al final de una etapa en la que se ascenderán cuatro
puertos previos incluida el siempre peligroso descenso a La Cobertoria si
amanece un día de lluvia.
Tras el segundo y último descanso, la Vuelta entrará en sus
últimos cinco días con una insulsa etapa de 200 kilómetros entre Aranda de
Duero y Guadalajara antes de volver, como hace cada cierto tiempo, a la
atractiva sierra madrileña con una etapa de las más clásicas que se pueda
esperar en esas zonas. Serán 180 kilómetros con Navacerrada (1ª categoría),
doble paso por la Morcuera (1ª categoría y Cotos (1ª categoría). No se llegará
arriba, sino que se deja espacio, entre la cima de Cotos y la meta en Becerril
de la Sierra, para que la configuración de carrera nos brinde una de esas
preciosas imágenes que se dan cuando este tipo de etapas se convierten en una
suerte de pulso, a modo de persecución, entre los equipos con corredores que se
juegan la general.
Tas la visita a Toledo, el pelotón se pondrá, ya por última
vez, en modo de zafarrancho de combate para atacar la nada sencilla etapa
abulense, de 189 kilómetros con final en la Plataforma de Gredos, un tercera al que se llegará tras
haber pasado previamente por el Puerto de Pedro Bernardo (1ª categoría), Serranillos
(2ª categoría), un primer paso por meta y Peña Negra (1ª categoría).
Si a estas alturas todavía queda algo por decidir, será Ávila quien dicte
sentencia porque para entonces ya sólo nos quedará un último y pequeño traslado
hasta Madrid para afrontar el inocuo y festivo desfile hacia La Castellana en
Madrid donde una vez más terminará la fiesta. Un final que, a estas alturas,
sólo tiene dos cosas seguras: que verá por décimo año consecutivo al ganador
enfundarse el maillot rojo como
símbolo del vencedor y que, poco después de que se apague el último foco, todos
comenzaremos a hablar ya de lo que dará de sí la siguiente 75ª edición, que arrancará desde Utrech en 2020.
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