Es
eslovaco, tiene solo 27 años, en su palmares cuenta ya con 104 victorias, es un
monstruo, se llama Peter Sagan y es un ciclista que está reñido con la vulgaridad, amigo
del histrionismo y uno de los mayores talentos del ciclismo mundial. Toda una bendición para el ciclismo de
este siglo, no sólo por su extraordinario valor deportivo, sino por su genial
sentido del espectáculo y que nadie supera a la hora de rentabilizar su imagen.
Peter Sagan con sus show improvisados, es cautivador, excéntrico, galán de cine
que de pronto aparece con greñas y barba, media melena o rapado, extravagante, el
que sin pensárselo dos veces y solo guiado por impulsos, pellizca el trasero de
las azafatas, un seductor que nunca pasa desapercibido, el de los caballitos en
las metas y en rampa pronunciadas, el sprinter de afilados codos, el provocador
que en los Juegos Olímpicos de Río tuvo la osadía de participar en la modalidad
de mountain bike, recordando aquellos tiempos de juvenil en los que se proclamó
Campeón del Mundo. O cuando en 2012, retó al dueño del Cannondale a que le
regalara un Porsche si ganaba una etapa en el Tour de Francia y la clasificación
de la Regularidad. ¿Alguien duda que el lujoso
vehículo fue a parar al garaje del sprinter?. Otra de sus anécdotas poco
deportivas fue cuando en el último Tour de Francia fue expulsado por ocasionar
una caída del británico Mark Cavendish.
¿Hay
algún otro ciclista que supere todas estas extravagancias?.
En
mi retina todavía está viva aquella imagen en la Gala de la Unión Ciclista
Internacional (UCI) del pasado año celebrada en Abu Dhabi presentándose con
aquel sombrero de gánster, traje oscuro, calcetines rojos, zapatillas blancas y
bastón. Por supuesto que nadie supera en extravagancia al pionero en sumar tres
títulos consecutivos en el Mundial de ruta. Lo nunca visto.
El
pasado domingo revalorizó su valiosa imagen con la conquista de una hazaña
inédita en los anales del ciclismo: tres títulos mundiales consecutivos en la prueba en
ruta.
Fue
en Bergen (Noruega), en un circuito
sinuoso, pero carente de subidas exigentes, donde el velocista que esta
temporada defiende los colores del equipo Bora logró prolongar los éxitos
logrados en Richmond (2015) y Doha
(2016). El recorrido que constaba de 276,5 kilómetros finaliza
con un circuito, donde dieron 12 vueltas y que incluía una subida de un
kilómetro con una pendiente del 5%. Esta cota podría provocar que la llegada se
resolviera en un pequeño grupo.
Pero
Sagan,
siempre tan particular, sostenía antes de la carrera que no tenía nada diseñado
ni ninguna estrategia, que esperaría a las dos últimas vueltas para tomar una
decisión. Él es así. «No preparo nada, sólo veo el momento», decía momentos antes de tomar la salida. «No me gusta hablar sobre el futuro, o sobre entrar en la
historia. Lo que ocurra, ocurrirá... Estoy
contento ya con lo que he hecho en los últimos años y voy a divertirme»,
concluía el ahora triple poseedor del maillot arco iris.
Llegó al día D y la hora H
sin una selección fuerte, el excéntrico corredor se resguardó en el pelotón y apelando
a la astucia y a la ingenuidad de sus rivales que lo llevaron en volandas, se
asomo en el momento clave, a 100 metros de meta, ajeno a las pugnas entre las
otras selecciones interesadas en evitar el sprint. Peleas inútiles de una
guerra que no iba con él pero que si estaba en la batalla para amargarles la
fiesta a los aficionados noruegos.
Él solito culmino su desafío imponiéndose de
forma ajustadísima al ídolo local Alexander Kristoff. Fue necesario recurrir a
la photo finish. Tercero fue el australiano Michael Matthews. En los anteriores
Mundiales no tuvo que esperar a la tecnología para saberse ganador. En Richmond
2015 superó en varios metros de ventaja a Matthews y a Navardauskas, algo más
apretado fue el sprint del Mundial de Doha 2016, por delante de Cavendish y
Boonen.
«Es
increíble, estoy muy contento por volver a lograr una victoria. Ganar tres títulos seguidos es
especial. Es cierto que esto no cambia las cosas, pero para mí es muy bonito»,
aseguró el eslovaco.
Peter Sagan dedicó la victoria a
muchos, pero, sobre todo, al italiano Michele Scarponi, fallecido esta primavera al ser arrollado por
una furgoneta: «Gracias a todos mis compañeros del
equipo nacional y algunos amigos que he tenido en el grupo. Quiero dedicarle
este título a Scarponi, y a mi mujer, con la que tendré un hijo dentro de poco».
Peter Sagan, fue el rey de un Mundial donde los españoles apenas pudieron
lucirse y donde asistimos al crecimiento de ese monstruo universal llamado
Peter Sagan.
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