Pantani demarrando ante Gilberto Simoni durante la 19ª etapa del Giro de Italia 2003. |
El último gran ídolo del ciclismo italiano, era encontrado muerto en una solitaria habitación del Hotel-Residencia Le Rose, de Rímini en Italia, rodeado de antidepresivos. La primera hipótesis hacía pensar en un suicidio, aunque pronto se descarto. La intoxicación aguda de cocaína le había causado un edema pulmonar y cerebral mortal.
Triste y solitaria despedida para el último ciclista trasalpino más carismático de todos los tiempos que se había coronado en el Tour de Francia de 1998.
Diez años después, Italia, los amantes del ciclista, el mundo entero aún lloramos su pérdida. Añoramos su figura rememorando los muchos y grandes momentos que nos dejó para el recuerdo. Aquellas arrancadas de genio en las pendientes más empinadas, aquellos ataques secos, sin parangón son irrepetibles, los buenos aficionados seguimos rememorando sus hazañas. Otro hombre bueno, representante del ciclismo épico, un corredor a la antigua usanza, un escalador de tronío al que el abismo se apoderó de su corazón.
Nunca se demostró su dopaje, aunque en 2007 se revelaron análisis de muestras de 2004 con EPO, algo que tampoco borra su imagen de héroe en la mente colectiva.
Marco Pantani se convertía en ídolo no solo de su país un 5 de junio de 1994, cuando derroto al mismísimo Miguel Induraín. Aquella victoria, y su actuación tanto en ese Giro como en el Tour de ese mismo año, hizo soñar a sus compatriotas con la posibilidad de que uno de los suyos volviese a conquistar París volviendo al país a la senda de los triunfos en las grandes rondas. Durante años vibraron los italianos y nos hizo vibrar a todo el mundo del ciclismo, con sus ataques demoledores en las rampas y puertos más exigentes del calendario ciclista, junto a sus incontables victorias. Un tipo que nos hacia levantar de nuestros asientos con aquellas aceleraciones portentosas, imposibles para sus adversarios.
Monumento a Marco Pantani en Cesenatico. |
Ese positivo le impidió triunfar en un Giro que ya tenía ganado, tampoco pudo participar en el Tour de Francia, decidiendo dar por concluida la temporada. Ya nunca volvió a recuperar el magnífico nivel que había mostrado en los dos últimos años, ya fuera por caídas, por lesiones, o por su propia cabeza, que fue su principal rival en esos sus últimos años de vida.
A pesar de todo eso y a que nunca recuperaría el nivel de antaño, en la temporada 2000 nos regalo un puñado de grandes actuaciones como su triunfo en Courchevel, que sería su postrera victoria en el Tour, o especialmente la etapa que pasaba por el Joux Plane, donde pudo hacer perder la carrera a Lance Armstrong. No volvería correr el Tour, pero sí siguió participando en su carrera, el Giro de Italia, hasta su muerte. En la carrera de su país no brillaba como en el Tour, pero nos siguió regalando momentos ilusionantes, como los dos últimos ataques que protagonizó en 2003, uno en el Zocolan, y otro, el último, en Castata del Tocce.
En mi retina todavía permanece vivo el recuerdo de aquella etapa, cuando a falta de cinco kilómetros a meta, en una larga recta Marco Pantani saliendo de la cola del pelotón saltó del grupo a gran velocidad, sujetando el manillar por su parte baja y de pie sobre la bicicleta con la cabeza agachada, tratando de lanzar uno de sus famosos y demoledores ataques. Esta vez no tuvo éxito su ataque como lo había tenido en otras ocasiones, al igual que hiciera en el Galibier cinco años atrás, o en Santa Cristina el día en el que se dio a conocer como el gran ciclista que llevaba dentro.
Ese ataque, aunque un tanto inesperado, consiguió abrir un hueco de varios metros con respecto al resto de corredores que formaban el pelotón principal, unos metros durante los cuales, a los amantes del ciclismo nos hizo que volviéramos a emocionarnos, que volviéramos a soñar con un nuevo triunfo, viendo renacer de sus cenizas a un nuevo Marco Pantani.
Lo intento dos veces y en ambas le habían neutralizado, pero como dice el refrán, no hay dos sin tres y, por supuesto, hubo un tercer ataque del rapado corredor italiano, el tercero en menos de un kilómetro y que a falta de tres kilómetros de meta fue neutralizado definitivamente. Este sería el epilogo de la carrera de Marco Pantani “El Pirata”, un último canto de cisne que regalarnos a todos los aficionados que tanto nos había hecho disfrutar hacia no tanto tiempo.
El Pirata ya no era el ciclista de años atrás, pero no se dio por vencido y siguió luchando, ya que seguía siendo el luchador infatigable, porque él no entendía otro lenguaje que no fuera la lucha y el sacrificio. Todo lo que había conseguido, había sido con un sacrificio y un esfuerzo enorme.
Esto que estoy diciendo nos lo demostró en los momentos más duros de su carrera como la lesión producida por el atropello en la Milán-San Remo de 1995 o el positivo de Madonna di Campiglio en 1999. Después de cada gran golpe que le daba la vida, luchaba y luchaba para volverse a levantar, aunque este último le dejase muy tocado. Ahora a sus 33 años, no iba ser menos e iba a honrarse a sí mismo en el que sería el último puerto en la carrera de su vida.
Su trágico desenlace no iba a hacer más que convertir en mito a alguien que ya era una leyenda. Marco Pantani “El Pirata”, diez años después de su muerte, y dieciséis después de haberlo conseguido, sigue siendo el último ciclista italiano en vencer en el Tour de Francia y es el último ciclista que ha conseguido el doblete Giro-Tour ambos en 1998.
Como aficionado al ciclismo admiré, veneré y me fasciné con el Marco Pantani que atacaba en aquellos sitios donde ya no atacaba nadie, que no esperaba al último puerto y que sobrevolaba las cumbres para ofrecernos un ciclismo-espectáculo.
La desgracia de Pantani fue tocarle vivir una época en la que el dopaje estaba generalizado en todo el pelotón. Y pago por ello, incluso con la muerte, víctima de las adicciones, atrapado en un hoyo del que intentó salir muchas veces, sin lograrlo jamás.
Toco la gloria y descendió a los infiernos dejándonos con su desaparición un vacio inmenso, de momento nadie fue capaz de heredar su carisma. Este maltratado ciclismo diez años después le sigue echando de menos. Y es que “EL PIRATA” sigue muy vivo en nuestra memoria.
Si no hubiera muerto, hoy tendría 44 años, seguramente seguiría en este mundillo ciclista, quizás sería comentarista de televisión, o quizás director deportivo al volante de un coche detrás de ciclistas que nunca serian como él en un ciclismo que nunca podrá ser como el suyo. Pero hace falta tener una gran imaginación para conjugar esas imágenes, esos oficios vulgares para el último gran ciclista. Incluso haría falta excesiva imaginación simplemente para imaginarlo vivo aún.
Como otros tantos genios del ciclismo, como tantos otros que rompieron moldes guiados por una cabeza única, exagerada e incomprensible para los demás mortales. El Pirata, apodado así por los pañuelos en la cabeza que lucía en las carreras, estaba condenado a morir joven.
Diez años después el mundo
ciclista aún lloramos su pérdida.
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