El podio plurinacional, con el colombiano
Esteban Chaves, el italiano Vincenzo Nibali y
el español Alejandro Valverde
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Antes de empezar esta 99ª edición del Giro de Italia a Steve Kruijswijk, pocas personas le consideraban un serio candidato a llegar con la maglia rosa a Turín. A falta de seis días, era líder con más de dos minutos respecto al escarabajo Esteban Chaves, segundo y tres minutos respecto a Vincenzo Nibali.
El increíble rendimiento que Krijswijk había mostrado en las dos semanas anteriores, le convirtieron en el gran favorito a conseguir la primera grande del año. Sin embargo, aunque a veces pueda parecerlo, el ciclismo no es un deporte individual. Es un deporte de equipo, sobre todo en la última semana de una gran vuelta.
El Team Lotto NL de Kruijswijk llevó a Italia a nueve soldados dispuestos a morir, pero sin posibilidades de ayudar a su líder en las etapas de alta montaña, algo que contrastaba fuertemente con los equipos que llevaron el Astana de Nibali o el Movistar de Valverde.
Pero tras 16ª etapas el portador de la maglia rosa, atesoraba las condiciones de esos corredores resistentes, capaces de asimilar con entereza altos índices de sufrimiento en situaciones extremas, demostrando ser un excelente escalador y un notable contrarrelojista, como lo había certificado en la cronoescalada de Alpe di Siusi.
El alto y fornido ciclista holandes es un especialista en las fugas que sube desgarbado, con una pedalada poderosa, un trotón de la escalada que se desenvuelve con soltura en la lucha individual pero que hasta este año no sabía administrar la energía con eficacia, le sobraba bravura y le faltaba astucia. En mi retina todavía tengo grabada la memorable subida que hizo al Mortirolo el año pasado en el Giro, parecía que era el gregario de Alberto Contador. El trabajo que había hecho le desgastó tanto, que Mikel Landa le arrebató el triunfo de etapa. Pero ha madurado, en la etapa 14ª de este Giro, permaneció escondido a la estela del Tiburón y cuando atacó supo rodearse de un valioso aliado como fue Esteban Chaves.
Vincenzo Nibali, entrando en la meta de Sant'Anna di Vinadio. |
En la cronoescalada no disimulo sus ambiciosas intenciones.
Con un ritmo intenso y sostenido doblegó a los principales rivales de la
general, y lanzó el mensaje de que su liderato era sólido.
Comenzaba la última semana de este Giro con una
etapa irregular y de considerable dureza, que los ciclistas la convirtieron en
preciosa al declararse la guerra fría todos los favoritos. Una guerra se gana
después de vencer en varias batallas, los gallos lo saben y en la primera cita importante
que le quedaba al Giro se lanzaron al ataque. Kruijswijk, Valverde e Ilnur
Zakarin cogieron la cabeza y no la soltaron hasta el final de la etapa,
mientras que el Tiburón Nibali salía descalabrado al no aguantar la escapada
del Bala Valverde, la solidez de la maglia rosa y la de un inmenso Zakarin,
tres verdaderas pirañas que se comieron al Tiburón que perdía casi dos minutos
respecto a Valverde y el tercer puesto en detrimento del español,
distanciándose de los favoritos. Andrey Amador, Chaves y Rafal Majka también
tuvieron problemas para seguir y acabaron por descolgarse y perder tiempo. En la 17ª etapa los favoritos cuidaron sus fuerzas para las tres etapas durísimas que restaban hasta llegar a Turín.
En la 18ª etapa, la más larga de este Giro, 240 kilómetros, un súper puerto de segunda con rampas de primera y el muro de Pinerolo, ninguno de los gallos tenía un plan por lo que dejaron ir la escapada a 13 minutos, nadie intento nada para poder acortar la distancia que les llevaba el líder Steven Kruisjwijk.
Quedaban tres días, en realidad dos, y el Giro se presentaba más apasionado que el día que comenzó allá en las lejanas tierras de Holanda. El tiburón estaba herido, pero no muerto, y cuando la veteranía, el inconformismo y el coraje del Tiburón del Estrecho de Messina están intactas, los pronósticos vuelven a su sitio.
La grandeza, la emoción y el espectáculo de Giro pasó de la pujanza de Tom Dumoulin a la oportunidad perdida de Mikel Landa, de la fortaleza de Steven Kruijswijk a la frescura de Esteban Chaves y al final, en solo dos días, Holanda lloró el tropiezo de su compatriota, víctima de las paredes blancas del Agnelo, esa montaña que impresiona en el ascenso, pero que en el descenso con la carretera quebrada por las heladas, hicieron que le temblaran las piernas en una curva y que tras no trazar bien se estrelló contra la pared de nieve después de un salto mortal por encima de la bicicleta y de que su equipo está muy lejos de ser la máquina perfecta que un líder necesita para ganar una grande.
Vincenzo Nibali celebrando su victoria en la 19ª etapa del Giro |
El equipo
holandés prefirió no meter a ninguno en las fugas, como habían hecho los demás
y todos sus corredores se fueron quedando desparramados por las cunetas. Italia
por la contra, vitoreaba al ciclista italiano con más experiencia y que mejor
supo gestionar las tres semanas de competición.
El Tiburón, como un valiente que es, en vez de
agacharse como hacen los cobardes, salió a disputar la 19ª etapa con la
intención de apretar a sus rivales hasta ahogarles; hizo saltar al Bala
Valverde del podio y dinamito las opciones del escarabajo Chaves y de
Kruijswijk.Claro que nada de eso hubiera sucedido sin el espíritu del Tiburón, que fue valiente entre los valientes, sobreponiéndose a unos problemas intestinales y que en la antepenúltima y penúltima etapa logro superar para remontar la abismal diferencia que tenía en la clasificación general y ganar el Giro de Italia.
Ganar una carrera tan importante como el Giro es complicado, si, pero lograrlo por segunda vez es algo que pocos han conseguido a lo largo de sus carreras deportivas. Por eso los seguidores congregados en la Vía Roma de Turín aclamaron a ese Tiburón de Messina que en los últimos siete años nadie ha subido más veces a los podios de las grandes vueltas. Desde 2010, hasta ocho veces ha quedado entre los tres primeros en el Giro, Tour y Vuelta. Unos logros superiores a los cosechados por Contador y Chris Froome.
En el circuito urbano de Turín, bajo una fina lluvia en la última etapa, los tifosi rindieron tributo al Nibali que no le avergüenza llorar para desatar el estrés acumulado y al escalador que renació después de un inesperado hundimiento, demostrando su poderío en los últimos días de la tercera semana de un Giro descontrolado y emocionante hasta el último día.
Los campeones son los que mandan en el palmarés, nada es casualidad, ni siquiera que el más fuerte se haya caído en persecución de sus rivales. Los puertos se suben, pero también hay que saberlos bajar.
A propósito de subidas, este Giro no se gano en metas en alto, se gano
en las grandes montañas intermedias.
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